No sé si lo dejó por escrito en alguno de sus textos o es una opinión que le atribuye Vasari. El caso es que Leonardo sostenía que la pintura, además de “cosa mentale”, es un arte superior a la escultura porque, entre otros argumentos de más fuste pero menos curiosos, la práctica de esa disciplina exige esfuerzo físico, se trabaja de lo lindo entre polvo y cascotes, el sufrido escultor lleva las palmas encallecidas de la maza y el escoplo, las uñas de luto sospechoso y todo él presenta un lamentable desaliño de obrero sin cualificar. Para Leonardo el escultor es un picapedrero, un currante de fiambrera y cantimplora que ya quisiera para sí un trabajo descansado de silla, caballete a la sombra y dar pinceladas como un señor pintor.
Soy escultor estacional, de ferragosto, y le doy a la maza y sufro en carne propia las lacras que menciona Leonardo solo en verano, que es cuando me sumerjo en las trabajosas labores de desbastado inicial y perfilado de una serie de tallas que, tras dejarlas dormir todo el otoño, remato a lo largo del siguiente invierno.
Entiendo que tras circunvalar por diferentes técnicas, el grado cero de mi actividad como escultor ha vuelto a ser nuevamente la talla, que es de donde en su día partí y adonde he regresado después de unos doce años desentendido del oficio. Aunque menciono la talla y sus procesos y hablo en todo momento de escultura, lo cierto es que mi dedicación actual a esa exigente disciplina es absolutamente espuria y tiene bastante de comportamiento desleal para con lo que convencionalmente se tiene y es en puridad escultura.
Como ha quedado dicho en alguna de las entradas anteriores de este blog, actualmente presento, vindico y argumento mi trabajo escultórico como producto netamente editorial y, más específicamente, como edición que ha fosilizado. Mi producción desde 1996 no es escultórica sino editorial y no está recogida en una serie de tallas, sino en un conjunto denominado Biblioteca Fósil, que ha sido concebido y se articula como colección estable dentro de un proyecto editorial peculiar y de amplio espectro: De La Pulcra Ceniza.
Si Leonardo reprochaba a la escultura el no ser lo suficientemente señorial y pulcra para que la pudiese practicar un caballero, Lord Shaftesbury no le iba a la zaga en miramientos y exigencias de clase y reivindicó con firmeza que “…editar es una ocupación de caballeros”. Aunque somos bien conscientes de que con nuestra humilde y plebeya Biblioteca Fósil contravenimos el ideario de esos prohombres, los seguimos admirando.
Ahí van unas cuantas imágenes del taller en medio del fragor del trabajo escultórico y algún ejemplo de lo que es “editar en piedra”.
«Cathay», Ezra Pound, Mu publishing, Ibiza, 1973. (Anverso) |
(Reverso) |
«Ariel», Sylvia Plath, Pedra de fogo, Lisboa, 1967. |
«Quiet dust», Emily Dickinson, Leonard Lindsay editeur, Genéve, 1924. |
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